Cada verano, cuando se preparan las vacaciones, una pieza destacada en el equipaje es la lectura que nos puede acompañar en esos días. Por si todavía les quedan vacaciones para disfrutar este año, o para veranos venideros, les recomiendo el libro titulado: “La elegancia del erizo”, de la escritora francesa Muriel Barbery (1). El libro, que a continuación voy a comentar brevemente, puesto que permite realizar unos apuntes reflexivos sobre la salud mental en niños y adolescentes, que pueden ligarse con los artículos publicados en este número de la revista.

Una de las protagonistas de “La elegancia del erizo” es una niña de 12 años de clase acomodada, francesa, que ha decidido suicidarse al finalizar el curso escolar. La autora ha captado un tema de gran importancia en los últimos años, a pesar de que el libro está publicado en 2006. A lo largo del libro se describe el malestar que siente y se van refiriendo los motivos que aduce para querer acabar con su vida, que tienen que ver con su núcleo familiar principalmente: su padre, que está todo el día trabajando sin preocuparse realmente por su familia; su madre, que predica lo que no cumple, preocupada por la imagen exterior y poco por el clima familiar; su hermana, que va de aparentemente “perfecta”. No les comentaré nada más del libro, pero llama la atención cómo se desgrana el pensamiento de la niña a modo de “pensamientos profundos”. La idea de las dificultades en la familia nuclear me parece esencial en el libro. Y ¿qué relación tiene con la salud mental de los niños y adolescentes de 2022?

Según un informe de la Organización Mundial de la Salud [OMS] (2), la pandemia de COVID-19 ha desencadenado un aumento de la prevalencia de ansiedad y depresión en un 25% en todo el mundo, remarcando que los jóvenes son especialmente vulnerables, sobre todo en relación a las autolesiones y la conducta suicida. Dos estudios realizados en España se detallan en este número (Domínguez y cols., y García-Murillo y cols.) sobre el impacto del COVID-19 en los niños, y, especialmente en aquéllos con patología psiquiátrica. ¿Qué ha sucedido con la pandemia de COVID? ¿Se ha puesto de manifiesto la falta de mecanismos de los menores para enfrentarse a problemas, para adaptarse a situaciones nuevas? Parece que hay una serie de cambios sociales que podrían colaborar a aumentar la vulnerabilidad de niños y adolescentes, reduciendo sus capacidades o estrategias para afrontar el día a día. Según la OMS (3), los cambios físicos, emocionales, sociales, incluyendo la pobreza, el abuso o la violencia pueden llevar a los adolescentes a ser vulnerables a los problemas de salud mental. Habría que añadir y detallar, otros más: la inestabilidad familiar -separaciones, migraciones, diferentes cuidadores, divorcios y nuevas parejas de los padres-, la inestabilidad de país, de cultura -padres de diferentes culturas, migraciones familiares o sin adultos acompañantes-, los roles poco claros en los padres o cuidadores, la falta de límites, de modelos, de cultura del esfuerzo, de respecto a la autoridad, a las instituciones, con pocos modelos externos a los cuales imitar, la presión de las redes sociales, la influencia de los medios de comunicación, entre otros factores.

El resultado de la pandemia de COVID es, pues, un aumento de los problemas de salud mental, un aumento de las consultas a urgencias psiquiátricas (4), de las hospitalizaciones (5) a los que hay que dar solución, y se buscan diferentes modelos y dispositivos para afrontar esta particular “epidemia”, como el que se presenta del Programa de Atención Preferente en el artículo de Díaz y cols.

Así, pues, reflexionemos sobre lo que observamos a nuestro alrededor, sin dejar de saborear buenas lecturas, ya sean novelas, ya artículos científicos.